Pero la vida no se puede explicar centrándonos en un único ser, a diario nos cruzamos con cientos de haces, con la mayoría no existe ningún contacto, con muchos compartimos pequeños contactos a diario que no tienen mayor relevancia, pero con unos pocos nos entrelazamos... los familiares y amigos mantienen nuestro haz tenso y esa tensión es la que nos mantiene seguros en un mundo sin redes de seguridad.
A veces si la suerte nos sonríe encontramos a una persona con la que nos entrelazamos de manera muy especial dando lugar aparentemente a un nuevo haz. Pero si nos fijamos bien veremos como el color de cada haz es distinguible y la estabilidad de dicha unión depende en gran medida del respeto a los espacios de libertad.
Pero si algo define la vida es su fin, la muerte. En un doloroso instante ese haz se comprime en un punto y toda la relación de haces que lo rodean se deprimen en torno a ese punto como si de un agujero negro se tratara. Ese momento en nuestra cultura religiosa se representa con el funeral: oraciones y cantos. Toda palabra es en vano, lo que realmente calma es la proximidad de todos los haces que con sus lágrimas reviven el fulgor del brillo recién extinto. Después la gran fuerza de atracción que tan instantáneamente se había formado se relaja y lentamente con el paso de los años devolverá a sus familiares a un estado similar al inicial.
La vida es un perpetuo movimiento apoyado en nuestro entorno más próximo y guiado por la fuerza de nuestros antepasados, no estamos solos.
En memoria del aita de Mintxo