La verdad es que mi primera impresión es que estoy recordando un punto anterior en mi vida en el que tenía mayor control sobre mi energía interior y era mucho más consciente de lo diminuto que soy ante el universo en todas sus escalas; y por extensión lo insignificantes que son todos los problemas que aparentemente nos ahogan a diario... la omnipresente crisis.
Por un lado me he dado cuenta que los últimos 10-15 años he dejado de dedicarme tiempo a mi mismo, a estar en sintonía con mi cuerpo y mi fuerza. La vorágine de la cultura consumista nos muestra unos falsos centros de gravedad que nos distorsionan la percepción de lo que somos y qué podemos hacer con nuestra capacidad sin límites.
Por el otro lado, hecho en falta la humildad que te golpea cuando te resituas en una escala de valores que te hace ver no sólo que vas a morir, sino que tanto en la micro o macroescala eres inapreciable, la sociedad en su conjunto lo es. Pero no sólo valorado en un sentido negativo, sino en el sentido de que estamos aquí como grandes afortunados que deberíamos aprovechar al máximo la carambola probabilística que de pura chiripa nos permite tener un entorno social y tecnológico como el que nos rodea.
Nuestro cómodo entorno nos debería permitir despreocuparnos por la lucha prioritaria de toda forma de vida... sobrevivir. Pero quizás, nuestro cerebro, aún no está suficiente preparado para asimilarlo y no nos deja disfrutar de la vida, sin plantearnos retos artificiales para recibir su dosis diaria de dopamina ante la sensación de un entorno hostil y que la lucha por sobrevivir continua.
Actualmente la noche, la madrugada es el único remanso de paz en el que vuelvo a conectar conmigo mismo... cuando la constante resolución de problemas del trabajo diario cesa y la ebullición del cuidado de los hijos se calma, entonces me centro y puedo llegar a disfrutar del simple hecho de respirar.
Hacía tiempo que no valoraba un día “normal” por ser un día sin dolor, sin pena, sin tragedia... centramos nuestra atención en lo negativo y no percibimos todo lo positivo que nos rodea. Pero el despertador suena de nuevo y volvemos a la rueda de la rutina que nos vuelve a llevar a nuestros raíles, aquellos que llevamos tiempo usando para desplazarnos por nuestra predecible vida; seguimos sufriendo en los repechos habituales y “disfrutando” de los lujosos paquetes precintados que debemos ganar para ser felices.
¿Cómo cambiaría nuestro modo de establecer vínculos y relaciones? si a diario nos recordásemos mutuamente que: vivimos sujetos a un bola que no para de girar siguiendo leyes astrofísicas que nunca seremos capaces de asimilar; que nuestra vida y por tanto todas las de nuestros familiares y amigos tienen un cierto final; que deberíamos dejar de rellenar libretas con banales listas de objetivos y tareas, para directamente enriquecernos con experiencias impredecibles, sin preparación previa, ni resumen posterior; que podemos deshacer las invisibles barreras que nos impiden ser francos con nosotros mismos y transparentes en nuestras intenciones.
Ibon Urretavizcaya. Octubre de 2012, primera práctica escrita individual durante la formación Programa de Liderazgo Sistémico diseñado por Norgara, Vitoria-Gasteiz.