Desgraciadamente nuestra sociedad no promueve, ni siquiera considera relevante que sus miembros tengan una opinión sobre las cosas.
Cuando nos educan y nos fuerzan a la lectura de un clásico, luego nos piden que hagamos un trabajo sobre el mismo. Podría parecer que el ejercicio trata de promover la opinión de los jóvenes, pero no es así. La profesora no espera que el alumno exprese su opinión verdadera sobre el clásico, en principio porque seguramente sea muy negativa, incluso despectiva. Lo que se busca es que escriba la opinión colectiva ampliamente difundida de lo que esa obra evoca y que debe consultarse, actualmente, en internet.
Y la prueba fundamental de que el trabajo no pide la opinión del alumno es que el trabajo se valora. La opinión no es valorable, no es buena ni mala, es tu opinión y solo por ese hecho debe ser respetada.
Como nunca se nos ha pedido realmente nuestra opinión existe un miedo escénico a hacerla pública. Algunos valientes, quizás deberíamos considerarlos descerebrados, te abren un blog de la noche a la mañana, y automáticamente lo sueltan todo. Y eso no es lo peor, comparten la hazaña con su entorno y este reacciona a la defensiva. No por miedo a lo que van a leer, no... temen los comentarios.
Buf, tema caliente donde los haya. Primero existe la errónea tendencia a tengo que hacer un comentario, es mi obligación, a ver que pongo... Craso error, el descerebrado no espera tal obligación, simplemente que alguien le lea.
Todos tenemos opiniones diversas sobre todo lo que ocurre en el mundo, no estamos acostumbrados a pensar en ellas y menos aún a expresarlas, ni mental, ni públicamente. Pero la opinión existe y esta en nuestro interior madurando día a día.
Si algún día un tema tratado, fuerza a nuestra opinión a salir, entonces y solo entonces ha llegado el día de hacer un comentario. Y ese día no deberíamos reprimir nuestros instintos, sino que deberíamos armarnos de valor, dar forma a esa opinión que nos oprime el pecho y defenderla. Sea o no popular, sea o no justificable, es tu opinión y eso ya da el rango de respeto que toda opinión merece.
Así que simplemente practica mentalmente, date a conocer a ti mismo las opiniones que tienes sobre las cosas que te rodean, escuchate. Nadie te va a escuchar con más interés que tu mismo y si las circunstancias se vuelven óptimas expresala, compártela, ese paso ayudará a desarrollar la opinión de tu entorno y una vez iniciado el proceso, ya no hay vuelta a atrás, es imparable. En resumen, conócete a ti mismo.
Pensamiento dedicado a todos los que habéis visitado este blog, aunque sólo sea de pasada.