Yo soy un sistema complejo; a nivel celular, físico, emocional, mental, espiritual; a nivel social, mujer, hija, madre, pareja; a nivel laboral, ingeniero, coach, trabajadora… y un largo etcétera. Un montón de sistemas de los que soy consciente y a los que pertenezco, que se relacionan de forma interdependiente, transversalmente, desde mí misma y hacia mí. Y asimismo, un montón de sistemas que interaccionan en y con mi ser, de los que no soy consciente. Un envoltorio invisible, cambiante.
Como coach, me planteo lo que hacemos en una organización, cuándo, en qué momento exacto “intervenimos”. En qué momento “cortamos” una conversación para señalar algo que vemos, o para jugar con una hipótesis, para quitar la palabra a una persona y dársela a otra. ¿Cual es el tempo del baile entre la escucha activa y la intervención?
¿Desde qué plano (y límites) abordamos la escucha al sistema? Aquel que elijamos nos limitará la visión, así que es necesario ampliarla al máximo para aumentar la consciencia de los sistemas adyacentes, de las relaciones de interdependencia entre las partes del sistema.
¿Desde qué ámbito abordamos el acompañamiento en un sistema? ¿Qué herramientas elegimos para trabajar? Todo ello define el acompañamiento en sí mismo y lo matiza, incluso antes de ser expuesto ante el mismo sistema, del que por otro lado, nosotros, ya somos parte.
Nuestra labor está en mirar aquello que ha quedado desdibujado, puesto que es una parte del sistema que también se relaciona con la parte con la que decidimos trabajar.